Testimonio de la detención del 25s de nuestra compañera Ainoha.

Fui a la convocatoria de Rodea el Congreso el día 25 de septiembre de 2012 con mis compañeros de Carabanchel. Yo personalmente no tenía muy claro si ir o no por la forma en la que se había ido gestando esta acción, pero decidí ir finalmente, siendo uno de los motivos la criminalización a la que estaba siendo sometida dicha manifestación con la identificación y la imputación de varios de sus convocantes en una asamblea en el Retiro.

Estuvimos comiendo en el Paseo del Prado y luego nos fuimos a dar una vuelta para ver el ambiente. Estaba todo lleno de policías sin identificación por todas partes. Lecheras y coches de policía de todo tipo y ya empezaban incluso a identificar a la gente que quería atravesar ciertas calles (dependiendo también del tipo de vestimenta). Parecía un Estado Policial.

En ningún momento hubo ninguna intención de tomar el Congreso ni nada por el estilo. A las 18.30h o así, una hilera de antidisturbios con los cascos puestos y las porras en la mano, atraviesa la plaza que está abarrotada de gente, y al poco de llegar se produce la primera carga totalmente innecesaria porque no había pasado nada, y parten en dos la concentración. Desde las 19-19:30h Gabi y yo nos unimos a la sentada de la Plaza de Neptuno. Se viven momentos algo tensos pero nosotras continuamos sentadas. Y sí somos conscientes de que alrededor está habiendo cargas porque lo oímos, pero sentadas se aguantan mejor y es más fácil resistir. En esta posición seguimos hasta las 10 de la noche, que ya quedaba menos gente, y nos movemos un poco. Nos encontramos a unas amigas y nos quedamos un rato hablando con ellas. Ya no hay tensión ni nada, hasta hay un chico que se pone a cantar ópera.

A las 23.30 o así nos vamos a buscar un sitio para hacer pis y a las 12 de la noche le mando un mensaje a mi madre para que no se preocupe porque ya me iba a casa. Nos levantamos y estamos pendientes del Twitter para ver qué dicen en la asamblea de Sol, si desconvocan o no la manifestación. A las 0.20 más o menos, decidimos irnos porque en la asamblea no dicen nada y empiezan a llegar más antidisturbios por la parte del Congreso. Empezamos a dar una vuelta a Neptuno para ver por dónde era mejor irnos a casa porque estaba todo rodeado por antidisturbios. Decidimos irnos por Atocha, pero en ese momento empieza a salir a la plaza una hilera de antidisturbios que nos obliga a andar por el Paseo del Prado dirección Cibeles. Da igual que quieras ir para allá o no; tampoco te dicen en ningún momento que abandones la plaza, ni que vayas a la acera ni nada por el estilo. Te empujan hacia Cibeles, te presionan para que andes rápido. Tenía a los antidisturbios justo detrás de mí. Gabi lo grababa, aunque le había estado fallando el Bambuser toda la tarde y subía con muy baja calidad. Era un poco surrealista, Gabi me dice que tenga cuidado que cada vez tengo más cerca de los

antidisturbios y da miedo, así que acelero un poco el paso y me sitúo a su lado. Vamos por la parte de la derecha del paseo del Prado.

Seguimos subiendo con más gente, hay antidisturbios por todas partes, vemos como por el carril central cargan; por nuestro lado aún no, pero vemos a la derecha cómo acorralan a una persona. Ahí es cuando le digo a Gabi que busquemos algún sitio por dónde poder irnos de ahí, pero no se puede, nos siguen empujando hacia arriba.

En el carril central se para el Samur, así que cruzamos la calle a ver qué pasa. Hay un herido, y en dos segundos nos vuelven a pisar los talones los antidisturbios. Vamos subidos a la acera y vemos cómo un antidisturbios anda rápido hacia una chica que va con el móvil o algo así. Él le dice que ande rápido y ella no sé que le dice, algo así como “espera”, y él le pregunta “¿Perdona?” y la empieza a seguir con la porra en la mano, y justo cuando la va a dar (estaba justo ya a nuestra altura) el policía se da cuenta que Gabi estaba grabando, así que baja la porra.

Seguimos avanzando hacia Cibeles y los antidisturbios empiezan a correr, así que todos corremos. Cuando vamos a llegar justo a Cibeles, uno de los autobuses empieza a dar marcha atrás, cortándoles el paso a los antidisturbios, pero algo le recriminan, porque acto seguido vuelve a ir hacia delante. Cuando llego a Cibeles, miro alrededor y pienso que tarde o temprano me van a coge, que no hay escapatoria, y me paro. Gabi me mira y con la cara me dice que siga, pero no puedo. Dos segundos tardaron dos antidisturbios en llegar hasta Gabi y pude ver como uno de ellos le abría la cabeza con la porra, y al mismo tiempo, otro me dio con la porra en el brazo y me tiró al suelo. El que me dio con la porra, que estaba detrás, me clavó la rodilla en la espalda mientras me agarraba de las muñecas, el otro me aplastaba contra el suelo con las manos. Ahí escuché como decían que nos rodearan.

Estaba parada cuando me cogieron, avancé dos pasos cuando cogían a Gabi, es el único movimiento que hice, porque al segundo me cogieron a mí. Sólo decía, “vale, vale, vale, vale”. No hubo ningún tipo de resistencia, no hubo provocación, no hubo NADA. Sólo cometí el error de pararme, y Gabi se tenía que haber ido, no tenía que haberse parado.

El que me sujetaba las muñecas me puso las esposas, y el otro se levantó de encima de mí. Pero tengo la muñeca pequeña y mis manos se salían, así que se lo tuve que decir, lo que hizo que volviera el otro a tirarse encima para apretármelas más. Y no era necesario, yo estaba totalmente inmovilizada, y no podía mover el brazo.

Me levantaron y uno de ellos me cogió del cuello, por la parte de atrás. Me empujó para adelante para que caminara y me tiró de la cabeza para el suelo. Tenía que ir con las piernas dobladas, casi me tocaba la cara el suelo, y me decía: “Venga así, bien agachadita que vas mejor” o algo por el estilo. Llegamos a la zona donde estaban las lecheras, Gabi iba delante de mí y nos hicieron arrodillarnos en el

lateral de una de ellas mirando hacia la puerta, en la acera. Ahí es cuando Gabi me cuenta que le acusan de haber tirado piedras, y yo le digo que cómo van a decir eso si iba grabando. A mí en ningún momento me dicen por qué estoy detenida, ni siquiera me hablan de piedras. Le preguntan a Gabi que tiene en la mochila, y lo ven todo mojado, Gabi les dice que lleva agua y unos cascos; ellos dicen que se ha meado. Les respondo que es la botella de agua. En su posición de poder, de pié, con porras, con armas, con nosotros arrodillados y esposados, se permiten reírse y demostrar que son la Autoridad, y nos lo quieren demostrar en cada segundo que pasa.

Supongo que porque se nos ve demasiado, deciden mover una de las lecheras un poco para atrás y nos levantan de nuevo para que nos pongamos entre las dos, en la carretera. De rodillas de nuevo. Gabi está delante, mirando hacia la carretera y yo detrás, mirando su espalda. Las luces de las lecheras encendidas, las de posición y las azules que parpadean. Unos 20 minutos así. Viene el Samur y empiezan a atender a Gabi. Detrás de mí están los que me han detenido, que me abren la mochila y empiezan a sacar las cosas que había dentro. Me empiezan a decir que la próxima vez que me quede en casa, que a estas cosas no hay que ir, que quién me manda salir…. Me preguntan dónde tengo la documentación y les digo que en la riñonera, que estaba también en la mochila, con la botella de agua. Empiezan a sacar las cosas de la riñonera hasta que encuentran el DNI. Me dice que me dé la vuelta para enseñarles la cara, me ponen el DNI al lado y empiezan a decir que estoy bastante fea ahora, que de cuando era la foto, a ver, a ver, si la del carnet de conducir es igual…. Siguieron un rato con la broma en su posición autoritaria de poder y les dije que pararan, les dije “ya vale ¿no?” que sólo sirvió para que se rieran un rato más.

La chica del Samur que estaba atendiendo a Gabi me pregunta si me duele algo y le digo que el codo. Me lo mira pero me dice que me duele del golpe, le digo que no lo puedo mover y me dice que seguramente sea por la postura de estar con las esposas pero que no es nada. Decide no hacerme ningún parte. Y vuelve con Gabi.

Les pregunto que si me puedo sentar en vez de estar de rodillas y me dicen que no. Me preguntaron si trabajaba y les dije que sí, que “dónde”, “en una tienda de muebles”, “ah, pues yo necesito muebles; ¿hacéis descuentos a policías?”, más risas. Decidí no hablar más.

Veo como vendan la cabeza a Gabi y uno de los policías decide que no le llevan al hospital, que por lo visto pueden pasar 6 horas antes de que le den puntos sin que le pase nada, así que irá desde la comisaría. Yo no doy crédito. La cabeza abierta con un vendaje que le acaban de decir que se le va a mover, y aún así no le llevan al hospital.

Llegan más policías, o por lo menos yo no les había visto antes, una mujer policía plantea a sus compañeros que apaguen las luces de la lechera porque se nos ve demasiado. No entiendo muy bien qué es lo que quieren esconder si es todo lo que están haciendo tan lícito.

Por fin nos dicen que nos levantemos, porque acaban de llegar dos lecheras diferentes con otros policías. Andamos hacia ellas y uno de los policías nuevos, más mayor, le dice a uno que me quite la mochila. Pero con las esposas no me la puede quitar, y le dice que la corte, pero yo les digo que las saquen sin cortar o que me quiten las esposas para cogerla. Finalmente las sacan y me quitan la mochila. El DNI aún no me lo han devuelto. Me llevan hasta la nueva lechera, a Gabi ya le han metido (creo), pero por la parte de atrás. A mi me ponen delante en un asiento justo detrás del conductor. Oigo voces que vienen de la parte de atrás y oigo a Gabi, me tranquiliza oírle, pero no le veo, parece que alguien más está con él. Mi asiento está de lado, no hay cinturón de seguridad, o por lo menos no me lo ponen, sigo esposada y no quepo bien en el asiento. Dejan las dos mochilas al lado de mis pies y entran dos policías, con varias hojas amarillas y varios DNI. El mío no. El que conduce se enciende un cigarro y arranca el coche. Suenan las sirenas y empieza a andar. Me da la impresión que va rápido, o por lo menos así lo siento porque al no poderme sujetar en nada tengo que hacer mucha fuerza contra el asiento para no caerme en las curvas.

Llegamos a Moratalaz, y al bajar veo muchos encapuchados en la entrada. Nos colocan a tres personas mirando a un muro de hormigón no muy alto. Gabi, otros dos chicos que y yo. Pasa un poco de tiempo, todo resulta lento, pero no sé si es sensación mía. Me dan la mochila para que la agarre por detrás con las manos esposadas. Y entramos en comisaría.

Al fondo de la sala hay varias personas mirando a la pared, bordeando toda la parte final de la habitación. Nos vuelven a quitar las mochilas y nos cambian las esposas por los lazos. Tres paredes llenas de personas esposadas mirando a la pared. Para llegar hasta ahí tenemos que ir atravesando policías. Nos ponen en la pared de la derecha. Como no nos podemos sentar, apoyamos la frente en la pared. Tampoco podemos hablar; se oyen murmullos de la gente. Bajito puedo hablar con Gabi, nos preguntamos cómo estamos y me dice que está grabando con el móvil. Me preocupa que no le lleven al hospital. Cada vez que el murmullo es un poco más alto, nos mandan callar. Que dónde creemos que estamos, que estamos detenidos, que parece un colegio, que nos callemos, que no podemos hablar y que miremos a la pared.

Llaman a Gabi. Se va. Hay una chica con las manos muy hinchadas, un chico con los dos ojos morados, una chica que más parece una niña que ha pedido el Habeas Corpus. Calculo que unas 14 personas o así.

Me llaman para que vaya a una habitación. Hay que pasar por un pasillo que está lleno de policías de uniforme y encapuchados. Me quitan los lazos para entrar avisándome que no me mueva porque el cuchillo que utilizan corta mucho (no sé si es para avisar o para meterme miedo). Entro ahí, y me siento en una silla. Un policía sin

uniforme que está detrás de la mesa me informa de mis derechos, me da el papel para que me lo lea. Me pregunta si tengo abogado y el número de teléfono, y se lo doy. Me preguntan si quiero que me vea el médico y le digo que sí. Parece que ya ha terminado y le digo si no puedo avisar a nadie, que en el papel estaba escrito y me dice que sí, que se le había olvidado. Le digo que avise a mi pareja, y le doy el número. ¿Tu novio? No, mi pareja, mi compañero. ¿Pero estás casada? No, aún así es mi pareja y tengo dos hijas con él. Pues tu novio. Por favor, llamarle cuanto antes. No te preocupes que llamarán. Aún no sé por qué estoy detenida. ¿Firmas? No, no firmo. Y me sacan de nuevo. Me ponen los lazos. Me llevan otra vez a la sala.

De nuevo mirando a la pared. Y Gabi sigue sin ir al hospital.

Me llaman de nuevo y me meten en una habitación (me quitan los lazos). Hay dos mesas y me quedo en la primera en donde me toman las huellas. Gabi está en la segunda. Parece que ya termina. La policía de paisano me vuelve a sacar el papel de los derechos. Le digo que ya lo han rellenado, así que esperamos a que termine Gabi. Hablan de sus pertenencias y le dicen que si firma. Dice que no. Dice también que pongan el resto de cosas que hay en la mochila, una batería, los cascos….

Sacan la hoja que entiendo que es mi atestado policial. Me dice el policía que saque la documentación, abro la mochila y abro la riñonera sin sacarla para sacar el monedero. Se lo doy y le digo que de todas formas mi DNI lo tienen ellos, y me dice que coge los datos del carnet de conducir. Le digo que quiero que aparezca mi DNI y que lo quiero ver, que lo tienen. La chica que me ha atendido antes va a buscarlo. Por fin lo traen. Veo arriba en el papel atentado y desobediencia. Debe ser de lo que me acusan pero a mí nadie me informa de nada. Cogen la mochila y sacan la botella de agua. Me dicen “esto se queda aquí porque no lo vas a poder utilizar”. Me dicen que me quite los pendientes, los piercing y los cordones de las botas. Me quito el pendiente de la izquierda pero no puedo quitarme los demás porque no puedo mover el brazo derecho. El de la lengua tampoco, me duele mucho al hacer la rosca. “Inténtalo porque si no alguien tendrá que meterte la mano en la boca”. Ya lo creo que me los quito, aunque me cueste la vida. 13€, los carnet, y los pendientes. Lo meten en una bolsa de plástico, y “una mochila con efectos personales”. “En la riñonera hay muchas cosas, ¿no las vais a apuntar?” “Tienes más dinero, o algo importante?”. “Tengo los móviles, tengo la tarjeta…” “Cosas personales, no hace falta poner más”. Guardan la mochila con la riñonera y sin la botella de agua en la misma bolsa. Justo cuando la van a cerrar aparece un policía con barba que dice “Esta es la que lleva las piedras en la mochila” “yo no llevo ninguna piedra en la mochila” Me dan la mochila otra vez y saco la riñonera. Veo dos adoquines dentro. Suelto la riñonera. “Eso no es mío”. ¿Firmas? No, no fimo. Meten la mochila con las piedras y con la riñonera en la bosa de plástico y la cierran. Me sacan de la habitación. El que ha dicho lo de las piedras es el que me pone de nuevo los

lazos, y me dice que no vaya con los puños cerrados que parece que tengo guardado algo. Suena el móvil. ¿Puedo apagarlo? No, ya se acabará la batería.

Vuelvo al lado de Gabi y le cuento que me han metido piedras a mí también. Vuelve el policía con barba. Abre la bolsa precintada, abre la mochila, saca tres piedras (yo sólo había visto dos) y dice “esto no lo puedes tener aquí”. Me cuenta luego Laura que oyó cómo ese policía dijo: “mira la vasquita lo que llevaba”.

Llaman a Gabi otra vez, por fin se lo llevan al hospital.

Pregunto a un policía si han llamado a la persona que dije que avisaran. “Habrán llamado los de arriba”. Pero me lo puedes confirmar, es que es importante” No te preocupes que ya te informarán. Y entonces otro detenido dice que cuando avisen a su novia que por favor le digan que le dé de comer al loro porque si no se va a morir. “¿Dónde te piensas que estás?” Pero es que si no le da de comer se muere. “No lo voy ni a decir, aquí no estamos para dar recaditos”.

Y volvemos a murmurar bajito. Ha venido una chica que ha estado en el hospital y le han puesto al lado mío. Me cuenta que iba con una amiga que está enferma y que a ella no le han traído para Moratalaz. Viene la policía y dice que si queremos una baraja y nos echamos unas cartas. Que miremos a la pared y que nos callemos de una vez. Todos mirando a la pared.

Me llaman para entrar con el Samur. Me siento y pregunto si podemos cerrar la puerta. La chica del Samur le dice a su compañero que cierre. Me siento y me pregunta que qué me duele. Le explico que me han dado con una porra en el codo y que no puedo mover el brazo, que cada vez me duele más. Se levanta y me remanga la camiseta para verlo. El brazo está muy hinchado, por fin me lo puedo mirar. Me toman la tensión y le dice a su compañero que me quiten los lazos para tomármela bien. Entra un policía y corta los lazos. Otra vez que no me mueva que me puede cortar la mano. Sale de la habitación. Mientras me toma la tensión la doctora me dice que no me preocupe por el brazo, que si me duele que pida un ibuprofeno y que si no me lo dan, que seguramente ya me lo podré tomar en casa mañana por la mañana que seguro que nos sueltan. Me echo a llorar, le digo que me han metido piedras en la mochila, que no sé cuándo me van a sacar de aquí, que es todo una locura”. Termina la consulta y me dan el informe, me dice la chica que lo tenga conmigo. Salgo de la habitación y me ponen los lazos otra vez. Vuelvo a mi sitio con la bolsa y el informe fuera, al lado.

Seguimos mirando a la pared, piden agua por el fondo y les dicen que no. Tampoco nos dejan ir al baño. Acaba de entrar el de los ojos morados con el Samur, que estaba cerca de mí también. De repente un chico rubio se desmaya. No sé cuántas horas llevaría de pié y sin beber. Llegan los del Samur y exigen a los policías que nos den agua y se llevan al chico al hospital. Vuelve el de los ojos morados y me dice que se lo estaba diciendo él también a los del Samur, que no nos

daban agua, y que a él le han dado ellos allí. Aparece una policía con dos vasos de plástico para todos los que estamos allí. Uno se niega a beber del mismo vaso, que nos den vasos limpios, que si no, no beberemos. Viene una de las policías con la capucha y la braga hasta la nariz con más vasos.

Vienen dos policías, uno de ellos es el de barba que dijo lo de las piedras y me dicen que me vaya con ellos. Me sacan por la puerta de la entrada y bordeamos el muro dónde habíamos estado al entrar. Entramos a otro edificio. El de barba empieza a leer el informe y me dice que por qué he dicho eso de la porra si ellos no me han pegado en ningún momento, que me lo habré hecho antes, que lo del informe no es cierto. Me hablan como si hubieran sido ellos los que me han detenido, pero yo creo que no. Yo no les contesto.

Llegamos al sitio de los calabozos, y antes de entrar hay una garita en dónde un tipo les pregunta que qué hacen ahí. Ellos le dicen que me traen ya al calabozo y el de la garita les dice que si traen el papel que se necesita para poder hacerlo. Dicen que no, que no sabían que tenían que traer nada. Así que volvemos arriba.

Y vuelvo a mi sitio. Me dejan la bolsa y el informe, pero vuelve el de barbas y se lo lleva. Le pregunto pero me dice que ya me lo devolverá.

Pregunto por Gabi, que si está en el hospital, que hace mucho que se lo han llevado y que si saben si está bien. Que no saben quién es. El que tiene la cabeza abierta. Pues no sé quién es. Se lo han llevado hace bastante tiempo, ¿no puedes informarte? No, si se lo han llevado estará en el hospital y ya volverá. ¿Y a qué hospital le llevan? Pues no sé, igual a La Paz. Y ¿me puedes confirmar si han llamado a la persona que dije que avisaran? Si has dado un teléfono, habrán llamado. Pero ¿alguien me lo puede confirmar? Ya te lo dirán.

Una chica pide sentarse porque tiene la pierna muy mal, no puede estar de pié. Le dicen que no, que se tiene que quedar de pié. Todo esto mientras nos dicen que ellos no nos han detenido y que no estemos mal con ellos porque no tienen nada que ver en todo esto. Al final la dejan que se siente, pero hay cambio de turno y aparece otra chica que le hace levantarse de nuevo. Al baño tampoco nos dejan ir en un principio. Protestamos, y al final a algunos les dejan ir. La policía esta le dice a uno que si también quiere que se la sujete mientras mea. Y vuelta a empezar con que ellos no nos han detenido, que ella también está de pié, que si nosotros estamos cansados ella también, que no es el patio del colegio y que no podemos hablar que nadie nos está preguntando. Le digo que se han llevado mi parte médico y que no me lo han traído, que todas lo tienen y que a mi me lo han quitado, que quiero que me lo devuelvan (cada vez que venía un policía nuevo lo preguntaba). Me dice que ella no sabe nada, “tú sabrás dónde lo has dejado, no lo voy a saber yo”, le digo que yo

estoy esposada, de pié y mirando a la pared, poco puedo hacer, y que ya la he dicho que se lo llevó un policía. “Ya te lo darán”.

Por fin vuelve Gabi, aunque ya no le ponen a mi lado, pero le veo de lejos y me dice que está bien.

Se ríe de la chica que ha pedido el Habeas Corpus y la dice que seguro que no sabe ni lo que es eso, y que si hubiera estado en la biblioteca estudiando en vez de en la manifestación no tendría este problema. Que si nos creemos que es nuestra profesora…

Nos empiezan a llamar para bajar a los calabozos por grupos, y vuelvo a decir lo del parte médico, parece que por fin alguien me hace caso y se mete dentro a preguntar. Me dice que abajo me lo darán. Aprovecho y pregunto por la llamada, pero sin éxito, otra vez me dicen que los de arriba habrán llamado (no se qué hora era, igual las 5h, y aún nadie me confirma si han llamado o no), ya me informarán.

Bajamos y nos meten en una celda a bastantes juntos, aunque antes nos quitan las pertenencias. Por fin nos podemos sentar y hablar un rato, por fin puedo hablar con Gabi y preguntarle cómo está y comentar lo de las piedras, y la chica con las manos hinchadas nos cuenta que las tiene así de cubrirse la cabeza mientras la daban porrazos. La chica del Habeas Corpus está asustada. Vamos saliendo las chicas, me quitan los lazos, me meten en una habitación y una policía me cachea (es la única vez que me cachean, ni antes, ni después). Me dice que me quite el sujetador. Me lo quito y se lo doy. Lo meten en otra bolsa, junto con el parte médico que acaban de bajar.

Me llevan a otra habitación para coger una manta y luego a una celda para que me coja una colchoneta. Finalmente me meten en la celda número 19. Pregunto por la llamada, que me habían dicho que me informarían y aún nada. Me remiten de nuevo a los de arriba, que no saben nada, que habrán llamado, pero que no lo pueden confirmar. Nos dan el desayuno para el día siguiente.

Al poco entra María, mi compañera de celda, con la que compartiré las siguientes horas. Cierran la puerta. Y apagan la luz. La puerta de la celda 19 es una puerta opaca y gruesa con un ojo de buey, por el que ni siquiera se ve el pasillo; se ve la celda de enfrente que ahora está vacía. Pensamos que es una celda de castigo porque tiene váter y un lavabo. Al principio pensé que qué bien, que por lo menos teníamos agua y el váter, pronto me arrepentí, cuando me di cuenta que tenerlo sólo valía para no salir.

María tenía la pierna hinchada y una brecha en la ceja, también algo en el ojo, y en el hospital le dijeron que se tenía que echar unas gotas al día siguiente. Ya que ella estaba mal de la pierna, decidimos que ella durmiera arriba, y yo en el suelo. Nos pusimos las colchonetas y nos tumbamos. Apagaron la luz desde fuera. Mañana estaríamos en

casa, seguro. Hablamos un poco, yo estaba agotada y me dormí enseguida. No sé cuánto tiempo pasó, cuánto tiempo dormí. Me desperté y me comí las palmeras del desayuno, después de comprobar que las galletas integrales eran espantosas para comer y además se te quedaban entre los dientes. Nos encienden la luz. No sé en qué momento empiezan a gritar las personas que están en mi pasillo que necesitan ir al servicio y beber agua. Gritan pero nadie viene. Todas empezamos a dar golpes en las puertas y en los barrotes para que nos oigan y gritamos para que vengan a abrirnos. Da igual lo que gritemos, porque vienen cuando les viene en gana. Una chica se hizo pis en la celda porque no la vinieron a abrir. Utilizó una de las mantas para limpiarlo, y luego esa manta sucia se la dieron a otro detenido que vino al día siguiente.

Para poder oír lo que decían mis compañeros de ese pasillo (porque a los que estaban en el otro sólo les intuíamos) teníamos que estar pegadas al ojo de buey.

Llamaron a María y se fue. La soledad en esa celda era horrible. Yo me acurruco y me tumbo en la colchoneta. Si me duermo un rato, habré ganado tiempo.

Me llaman y me llevan donde la científica, en donde nos hacen la foto y nos sacan las huellas de todas las partes posibles de la mano. Hago la pregunta de la llamada de nuevo, pero sin suerte aún, no me pueden confirmar nada. Se lo pregunto otra vez al que me lleva de nuevo a la celda, y la misma respuesta. Cuando cierra la puerta casi cierra el ojo de buey por fuera. Le grito que no lo cierre (sólo pensar que eso se cierra por fuera me agobia). Afortunadamente no lo hace.

Vuelvo a la celda. María ha estado con el abogado, yo me empiezo a poner nerviosa porque no me dicen nada de la llamada y porque no me llaman para ir con el abogado. Nos traen la comida. Fabada. Le digo a María que si sale ella antes que yo que llame al número de Javi. Con la las pegatinas de la comida envasada fabrico el número y lo pego en un trozo de papel higiénico y se lo guarda en el bolsillo. Necesito saber que mis hijas están bien.

De vez en cuando se oyen gritos pidiendo agua, o ir al baño, e incluso que alguien necesita un médico. María finalmente consiguió que la llevaran al médico para que le recetaran las gotas que le había recetado el Samur. Alrededor de las 15.30 me llaman por fin para ver al abogado. Primero me meten en una habitación con un policía que me explica que mi abogado está llegando. Les digo lo de la llamada de teléfono y que necesito que me aseguren que han llamado. Que suponen que sí; les digo que no me vale el suponerlo, que por favor se aseguren que han hablado con él, y que si no lo han hecho que le llamen ahora. Una chica va a asegurarse. Vuelve y me dice que sí, que han llamado. Llega mi abogado y me dicen que si quiero declarar. Yo digo que no y le pregunto que si en algún momento me va a decir alguien de qué me acusan exactamente. Me dice que de eso ya me

informará mi abogado. Me dan a firmar el papel en el que se nombra a mi abogado, y lo firmo. Luego me reúno con él a solas.
Me comenta que están tardando más de la cuenta porque parece que quieren mandar el caso por la Audiencia Nacional, y que hay mucha desinformación. Parece que se rumorea que igual nos sacan esta tarde/noche, aunque no es seguro.

Me bajan de nuevo al calabozo.

Cuando vienen a abrir a los que no tienen baño les pedimos a los policías que nos dejen salir al baño a nosotras también, pero no nos dejan. Utilizamos las bandejas de la comida como recipiente para beber agua. Pido jabón pero tampoco nos lo dan. Tener el baño en la misma celda implica también que tiene que hacer tus necesidades, todas, delante de tu compañera. Nos tren la cena. Fabada. Al rato nos dicen que salgamos a tirar lo que tengamos para la basura. Salgo yo, y paso por el otro pasillo. Llamo a Gabi, a ver si está por ahí. Me dice que sí, que está bien. Un chico me pregunta por Virginia, que no puede tomar ni trigo ni azúcar y que es vegetariana y me pregunta si está comiendo algo. Le digo que no, que no come. Vuelvo a mi celda. María sale por lo menos a echarse las gotas. A mí tirar la basura me ha dado un respiro.

Dormimos una noche más. Mañana por la mañana seguro que nos vamos, es imposible que nos vayan a tener privados de libertad 72 horas. Cuando me despierto está María levantada. Dice que ha tenido fiebre por la noche, que se ha acercado al ojo de buey para decirlo pero que no le han hecho caso. Llamamos fuerte para que vengan, pero nada. No sé cuánto tiempo pasa hasta que alguien se acerca. Abren al resto para ir al baño y una señora limpia las celdas. La nuestra no. Dos cucarachas durmieron cerca de mí.

Han cambiado a alguna chica de sitio, y ahora las oímos menos aún, las han metido en una como la nuestra a dos de ellas. Luego me entero que una de ellas, Patricia, ha estado un día entero sola en una de esas celdas. Traen la comida. Fabada. Cuando la traen yo no daba crédito. Primero le digo a la policía que si podría hablar con mis hijas, que necesito saber si están bien. Obviamente me dice que no. Y me da la fabada. Le digo que no puede ser verdad que nos vayan a dar otra vez fabada, que no se puede estar comiendo fabada a todas horas y me dice que ella no pregunta qué es lo que hay, que le mandas las cajas con 400 raciones y que es lo que hay, que hay muchos niños muriéndose de hambre y que por lo menos ella nos está dando comida caliente, además que no puede hacer nada. Le digo que ya sé que hay gente que se muere de hambre, que si estuviera bien repartido el mundo no tendríamos que salir a la calle a manifestarnos, y que siempre se puede hacer algo, como decir a la persona que se encargue de hacer los pedidos que ponga más cosas además de fabada, por ejemplo. Que en los trabajos, como en la vida, siempre se pueden intentar cambiar las cosas, si se quiere, claro. Pero empieza con lo de siempre, que si ella hace lo que la mandan, que si ella no tiene la culpa de que nosotros estemos allí, que no nos

ha detenido ella… Así que decido que no voy a discutir y perder mi tiempo con estas personas. Ahora ya me siento mal, porque pasan las horas y seguimos allí. Ya no estoy nada segura de que nos vayan a soltar hoy. No como. Y en nuestro pasillo decidimos que no vamos a comer más.

Nos dejan tirar la basura. Yo no he salido en todo el día y estoy deseando moverme un poco, pero esta vez me acercan el cubo, así que nada, ni paseo a la basura.

Empieza a haber rumores de que se ha empezado a ir gente ya. Gritamos para ver si nos contestan los del otro pasillo, pero nada. Debe ser que se han ido. Aún tardaremos alguna hora más en irnos. Nos sacan a la celda de la entrada y nos van llamando para recoger nuestras pertenencias, y no firmo. Por fin nos vamos. Nos esposan de dos en dos y nos meten en una furgona. No cabemos todas sentadas, así que una tiene que ir sentada en el suelo.

Cuando estamos llegando a Plaza Castilla, se oyen aplausos de la gente que está fuera. No consigo ver nada, pero me da un subidón impresionante. Empezamos a golpear las puertas y a gritar desde dentro. Nos meten en una celda grande y muy sucia que tiene una especie de váter en un lateral. Escucho a mis amigos de Carabanchel, y a Tito. Me subo para gritarles por una ventana muy pequeña que hay, pero me oyen poco.

Nos van sacando para tomarnos las huellas y nos preguntan si queremos que nos vea el forense, y todas decimos que sí. En la celda otra vez nos vamos mirando todas las heridas. Tengo moratones en el cuello de cuando me agarraron, dos manos marcadas en la espalda, el brazo que no lo puedo mover, y en la nariz también me ven un moratón. Se hace todo interminable, pero por lo menos estamos todas juntas. Pedimos un boli para poder escribirnos los contactos pero nos dicen que no, que en el juzgado los bolis están muy solicitados. Nos van sacando con cuentagotas para ver a los abogados. A mí me sacan pero me llevan directamente a la jueza. Les digo que yo quiero hablar antes con mi abogado y que quiero que esté presente en ese momento. Por lo visto una confusión, así que me vuelven a mandar a la celda.

Vuelvo a escuchar a mis compis de Carabanchel, casi se me saltan las lágrimas. Me subo a contestarles y entra una funcionaria y me dice que la próxima vez que grite me baja a los calabozos de abajo. Así que me callo.

Por fin hablo con mi abogado y paso a declarar. Me preguntan únicamente si llevaba piedras en la mochila o las había tirado. Contesto que no. Mi abogado me hace un par de preguntas sobre si me habían dicho por qué me habían detenido y sobre cómo había sido la detención. Me devuelven a la celda. Parece que todas las declaraciones están siendo rápidas. El abogado de Laura le dice que hay mucha prensa fuera.

Ya es de noche, y nos dan la cena. Nos van sacando para ir con la forense. Le enseño todas las magulladuras y ella las apunta.

Ya salimos. Nos dan el auto en el que nos imputan unos delitos que no eran los que estaban en mi atestado policial, e incluyen el de Delitos contra las Instituciones del Estado. A los 34 el mismo auto. Por lo visto uno se queda y tiene que pagar fianza. Queremos salir todas juntas pero no nos dejan.

La salida fue espectacular. Mi familia, mis amigos, mis compañeros. Muchos abrazos, y no tengo palabras para agradecer todo el apoyo que he recibido.

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